
Partiendo de la premisa de que somos lo que leemos, confieso que he leído. Confieso, también, que padezco de una enfermedad, sufro de una sed infinita de verdad. Su cura he buscado y conducido a la fuente de la filosofía, me encuentro. Fuente que de verdad a las cosas baña. «Me confieso de la estirpe de quienes de lo oscuro a lo claro aspiran» (Goethe). En la noche infinita de la ignorancia he emprendido vuelo cual pájaro de Aristóteles en búsqueda del sol, sí en búsqueda de la verdad, de las estrellas que iluminarán mi noche. En mi vuelo encuentro que «nuestro espíritu intelectual tiene en sí la virtud del fuego. Ha sido enviado… a la tierra no para otra cosa sino para que arda y crezca su llama. Crece cuando es excitado por la admiración» (Nicolás de Cusa). «Bienaventurado [he sido, porque he volado]… sobre la vida, y [comprendido]… el lenguaje de las flores y de las cosas mudas» (Baudelaire). He comprendido que «todos los sagrados juegos del arte no son más que imitaciones del infinito proceso lúdico del mundo, obra de arte en perpetua formación. Con otras palabras: toda belleza es alegoría y, dado el carácter inefable del más elevado, ésta sólo puede ser expresada alegóricamente. Por eso los misterios más íntimos de las artes y de la
ciencia son propiedad de la poesía. De ella ha brotado todo y a ella debe tornar» (Schlegel). He descubierto, gracias a cultivar el arte de la sabiduría ignorante, que «no hay nada nuevo bajo el sol, pero cuántas cosas viejas hay que no conocemos» (Bierce). La verdad no se aprende, se reaprende. Nuestro espíritu debe ser conducido por el ejercicio filosófico, ya que «el filosofo auténtico buscará sobre todo claridad y precisión, se esforzará siempre en parecer, no un turbio y movedizo torrente, sino más bien un lago de Suiza, que por su sosiego tiene en la mayor profundidad gran claridad, siendo la claridad precisamente lo que hace visible la profundidad» (Schopenhauer). Los mayores misterios no son los que se ocultan sino los que estando a la luz del día permanecen desconocidos para nosotros. Ésta la esencia de la verdad: sin ocultarse se oculta; sin mostrarse se muestra; sin expresarse se expresa. La verdad no emerge, sugiere; La verdad es una metáfora: siendo el sentido uno, otra la dirección que sugiere. La esencia de la verdad: su capacidad de despertar asombro en quien la contempla. Ésta nuestra herencia, nuestra capacidad de despertar, en el oyente, el asombro. Somos poetas del asombro. Encontramos, en el asombro, nuevos sentidos a los mismos significados.
